Escuchas el canto del autillo. Has incendiado la cocina con queroseno, pero conservas la Biblia. Porque, en el fondo, te sientes una pupila de esas mujeres del Antiguo testamento que desvirgaban a los ancianos y miraban hacia Sodoma con ojos caritativos. Después de estos años, has visto que solamente sirves para esas portadas de revista, que tus conocimientos de Física Cuántica no te han servido para nada. Sigues aún en el sillón de ese coche con aquel muchacho barbilampiño llamado Bob que no se lavaba las manos antes de tocarte. Sinceramente, por mí, puedes quemar mi vida y toda la casa. Por cierto, me encanta tu espalda.
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