No sabías que me gustaba la carne de cocodrilo ni que secas sábanas blancas son el recuerdo de mi infancia suicida. Pero me amaste con estos defectos, impropios en una sociedad moderna como la nuestra, donde los taxistas se peinan ante los escaparates de lencería y los fariseos coleccionan muñecas hinchables bajo sus camas de agua. He querido escribirte otras líneas acerca de este mundo que se desvanece por momentos. Bajo la escalera, hoy he encontrado al Aleph y su sucesión infinita de imágenes: como que tu cuerpo y el mío abrazan la luz cenital y duermen bajo la frondosa espesura de los abedules.
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