miércoles, 12 de agosto de 2015

La Cruz de Hattin, de José Antonio Carbonell Pla




  Y, sin embargo, la novela de viajes y la novela histórica siguen ahí, salvando las cifras de muchas editoriales. No soy ducho en el género, salvo lo que conozco de muchos clásicos del siglo XIX. Pero Francisco Narla, Rodrigo Palacios o el propio Posteguillo, entre otros, apuestan por temáticas del pasado para desarrollar sus mundos narrativos.

  En esta línea, Carbonell Pla tampoco se resiste a caer en la tentación y me envía hace unas semanas su novela, La Cruz de Hattin, publicada por Alicia Rosell Ediciones,que  se adentra en el género con un sugerente tema que podemos calificar tanto de épico como detectivesco: El ejército de Saladino se ha apoderado del madero en que fue crucificado Jesucristo. Como si se tratase de una novela de método, el desarrollo intenta explicar si tal cosa sucedió en realidad y si ocurrió, ¿cómo fueron los hechos? Acierta Carbonell Pla con la mezcla de diversas voces narrativas y con un tono pedagógico que hace amable la lectura, introduciéndonos en seguida en el contexto histórico en el que se desarrolla la obra.

  En el caso de La Cruz de Hattin, no estamos ante una narración compleja, de rendimiento máximo del lenguaje en su habilidad poética y descriptiva, sino que el autor escribe una novela de aventuras, creando esa atmósfera misteriosa, comprometida sobre todo con esa dimensión mistérica del paganismo que se extiende por la época, con el misticismo templario que los testimonios de los personajes evocan constantemente. Porque, en esta obra, más allá de lo que se narra, existe esa devoción del autor por esclarecer los secretos de una época que, por la manifestación enérgica de su violencia y de su sublime arte, aún da para mucho.

 "Ayer, finalmente, los sarracenos hubieron de retirarse a sus campamentos tras los infructuosos intentos de invadir Tartus a través de la brecha que sus máquinas abrieron en la muralla. También los almajaneques se detuvieron, probablemente para dar tiempo a que los servidores de las infernales máquinas llegasen con nuevos cargamentos de proyectiles y los transportasen al pie de cada una. Ello permitió a nuestra guarnición descansar por unas horas, si bien el estado de alerta ha permanecido vigente en toda la ciudad, pues sabíamos que el asalto no había hecho más que empezar". (pág. 97).

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