No te quites la mascarilla porque era tu solidez burguesa la que te convirtió en la misma cucaracha con la que soñabas. Quisiste que el propio Kafka te besara antes de acuchillarte, pero no fue así. El sortilegio era más potente que tu deseo y ni siquiera pudiste pasar por el quirófano para que te cerraran los labios, labios por los que susurrabas la miseria cotidiana de aquel flautista que fue expulsado de Hamelín.
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