Un guiño a Luisa Pastor y cualquier palabra de Juarroz.
Encontrándome con algunos versos sueltos de Luisa Pastor sobre una
muerte, la de Virginia Woolf, desando el camino al que el lenguaje nos
fuerza. Las palabras no deben significar, las palabras que estiman la
evolución de los acontecimientos. Hay un segundo lenguaje que escapa a
cualquier interpretación del mundo y es tan benigno como maldito.
Benigno porque rompe el lastre enfermizo de la cordura llevada a la
obsesión por no equivocarnos, la rigidez de lo pensado y lo previsto,
pero al mismo tiempo es maldito porque sus márgenes, al no ser severos,
pueden llevarte a la correosa dependencia de una fantasía tan adictiva
como destructora: " (...) caminaré bajo la corriente callada/ un día
soleado y frío/ ocultaré la luna bajo mi abrigo/ y con un bastón/
alta la frente/ pasearé mi extrañeza sobre esta tierra/ una última vez".
A estos versos de Luisa Pastor agradezco un recuerdo inestable, que
no puedo verbalizar apenas, sobre ser extranjero en un mundo que no
acepta la disidencia. Unos versos de Neruda inciden en ese apostolado:
"Poco a poco el silencio me hizo un Robinson asustadizo/ sin ropa pero
sin hambre, sin sed porque por los poros/ la luz mineral nutría y
humedecía, (...).
O
los versos de Juarroz a propósito del lenguaje poético como un extraño
errante: "Como un pensamiento nocturno/ que de improviso se desliza/
desde el espacio de la noche/ a la noche del pensamiento". No queda otra
que persistir en esa ambigüedad; el poeta como hombre de la cordura, y
aquel otro que se resiste a la lógica del lenguaje, a los preceptos que
señalan la deriva de la masa y su condena a la indiferencia.
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