Tras la publicación de su divertimento lingüístico por la editorial Neopàtria, Absurdo literal,
el autor y profesor de Filosofía Luis Calero Morcuende desmenuza en
esta entrevista algunas de las claves de lectura de este libro tan
curioso. Jugando con las paradojas, la ambigüedad y un sinfín de
recursos literarios y lingüísticos, este diccionario que tanto recuerda a
las gregerías de Ramón Gómez de la Serna es también una forma de
criticar y denunciar la realidad social en la que vivimos. Consciente de
ese alcance, Luis Calero invita a reflexionar con sus sugerentes
respuestas en este diálogo para los lectores de MUNDIARIO.
- Pregunta: ¿Cuál fue el punto de partida para crear este diccionario de significados alternativos que es Absurdo literal? ¿Y en qué se diferencia de Ficcionario, su anterior libro?
- Respuesta: En el caso de Ficcionario la idea surgió del
contacto con los errores ortográficos que, como profesor, te encuentras
en los exámenes y trabajos de tus alumnos. De pronto un día lees, en
portada, a color y ocupando todo un folio, "El mito de la caberna", y,
antes de enviar a alguien a prisión, piensas si la gruta referida por
Platón en la República no estaría realmente localizada en la capital de Suiza más bien que en el Ática. En el caso de Absurdo literal,
conjuradas ya las estridencias ortográficas, la motivación fue más bien
investigar cómo un análisis lógico de las palabras puede revelar
significados inéditos y chocantes. Y llegas a la conclusión, por
ejemplo, de si "atenazado" no será el modo en que vive, cuando no es
libre, el ciudadano de Atenas.
- P.: En esta nueva obra criticas a los sofistas
contemporáneos, como son los políticos o los medios de comunicación,
pero, en ocasiones, usted también juega a ser sofista. ¿Cómo puede
interpretar el lector esta doble intencionalidad?
- R.: Me preocupa la utilización capciosa del lenguaje que
caracteriza a muchos discursos políticos y medios de comunicación. Y
que, a la par, haya tanta gente insensible a los argumentos falaces.
Cuando adviertes que con tal de engañar y de obtener algún rédito -por
ejemplo, electoral-, vale cualquier argumento, entonces no puedes hacer
otra cosa que criticar este uso de la sofística. Pero es cierto que
también puede hacerse un uso más literario, más sofisticado podríamos
decir, en la línea de la ironía como figura retórica. Aquí, dando a
entender lo contrario de lo que dices, buscas ganarte la complicidad del
lector y su sonrisa, mientras que la pretensión de convencerlo mediante
sofismas de algo que sabes que es falso me parece un uso perverso.
- P.:Absurdo literal tiene un estilo literario que
no pasa desapercibido para quien se adentra en sus páginas. ¿Cómo
reconcilia la anécdota literaria con la sobriedad de un texto
expositivo-argumentativo basado en la construcción de definiciones?
- R.: Al final creo que es una cuestión de equilibrio. El armazón de Absurdo
es, ciertamente, sobrio: definiciones y argumentos. Así fue concebido,
pero por el camino alguien me convenció de que la inclusión de breves
comentarios o anécdotas, a veces autobiográficos, podían servir para
relajar la rígida atmósfera del texto (no olvidemos que se trata
formalmente de un diccionario) y hacerlo más íntimo y amable. Hoy me
parece que fue una decisión acertada.
- P.: Detrás de este libro observo influencias importantes,
como la de Gómez de la Serna, pero usted siempre ha destacado el trabajo
encomiable de María Moliner. ¿Por qué?
- R.:Sin duda, Ramón es un maestro. Entre sus greguerías y mis
definiciones hay semejanzas innegables, como el humorismo, la vocación
aforística o la preocupación por el significado. A partir de ahí, él
deslumbra con sus ingeniosas metáforas y yo tiro más de la ironía y el
sarcasmo. Pero, efectivamente, le debo más a María Moliner y a su arte
de definir. Su trabajo titánico durante 15 años para elaborar su
magnífico Diccionario de uso del español, consciente como era de las
deficiencias -todavía creo que no superadas- del DRAE, nunca fue
suficientemente reconocido. María Moliner debió haber sido la primera
mujer en entrar en la Academia cuando en 1972 fue propuesta por Dámaso
Alonso, Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo, pero el hecho de ser mujer
y, encima, haber cuestionado el diccionario oficial, se lo impidió.
- P.: Su formación como filósofo está presente en muchos contenidos de las palabras que defines. Absurdo literal es un divertimento lingüístico, pero también es un texto de denuncia. ¿Está de acuerdo?
- R.: Es un texto lúdico en el que, ya lo decíamos antes, cabe la
denuncia y también la reflexión, pero siempre como algo sobrevenido, a
propósito de la definición de un término en la que encaja o con la que
puede relacionarse. Así, el propósito principal del libro es una
invitación a jugar con el lenguaje, pero también puede servir para
incomodar. Y si yo sé de la existencia de un grupo de importantes
empresarios españoles que aprovechan sus contactos con el trono para
hacer suculentos negocios, no tengo empacho en señalarlos como la
"patronal". O si comienza a ser una práctica habitual que los poderes
económicos y las grandes corporaciones abastezcan de ministros a los
gobiernos, ¿habrá alguna otra forma mejor de referirse a ello que
empleando el verbo "suministrar"? Estoy convencido, incluso, de que un
vocablo tan respetable como "legitimar", de profunda raigambre
jurídico-moral, está mutando de raíz, y en demasiadas ocasiones
significa ya algo así como estafar con el amparo de la ley.
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