Odio esas novelas que incluyen al ángel exterminador como personaje secundario. A veces, cuando vienes a mí con esas pintas, me dan ganas de sacar la mofeta que llevo dentro. O la zarigüeya. Pero no. Tú me desquicias primero con las ofertas, con las enfermedades de tu prima, con la herencia de barbitúricos que nos dejó tu madre. Luego yo, con mis manos empotradas en el lodo, lo intento varias veces y mi fuerza es humo, humo vacuo que suena mal en cualquier poema.
No te rindes y sigues descuartizándome con tu verbo de rapiña de repajas y yo absorbo el aire emponzoñado y el gris ácaro con el que pintaste cada una de las columnas. A veces me atas y me golpeas, pero lo que más me duele es que me mires con la serena indolencia del zombi, del zombi avestruz con el que sueñas y me despiertas a gritos. Los vecinos te consienten todo, esos vecinos que aún sangran en el centro de su salón porque no soportabas que pusieran cada dos por tres el nuevo disco de Pablo Alborán.
Triste agonía cuando te vieron llegar a mesa puesta con la cizalla y el martillo pilón.
No te rindes y sigues descuartizándome con tu verbo de rapiña de repajas y yo absorbo el aire emponzoñado y el gris ácaro con el que pintaste cada una de las columnas. A veces me atas y me golpeas, pero lo que más me duele es que me mires con la serena indolencia del zombi, del zombi avestruz con el que sueñas y me despiertas a gritos. Los vecinos te consienten todo, esos vecinos que aún sangran en el centro de su salón porque no soportabas que pusieran cada dos por tres el nuevo disco de Pablo Alborán.
Triste agonía cuando te vieron llegar a mesa puesta con la cizalla y el martillo pilón.
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