Deliciosa lectura para el verano. Los dos años que Soseki pasó en
Londres constituyen una escuela de iniciación a la escritura para este
autor japonés, cuyo costumbrismo y su ritmo pausado a la hora de narrar,
sin escatimar en detalles, nos embarga en una hipnótica recreación de
un Londres que vive entre la represión y la fantasía creativa y
transgresora de Wilde.
Los cuadros compositivos que Natsume Soseki esboza con un gran
sentido del pudor y la prudencia en este libro no están exentos de un
realismo mágico que monumentos como la Torre de Londres provocan en su
imaginación. Alto contenido poético y una sobrecogedora sensación de
irrealidad en sus curiosas descripciones detallistas y minuciosas evocan
una ciudad que se aleja del idealismo convencional que cualquier
europeo guarda en su memoria. Sus vicisitudes a la hora de aprender a
montar en bicicleta, los desencuentros con sus caseros y una biografía
fantasmal tras los muros y decorados de la Torre de Londres nos sumergen
en ese probado interés de Soseki por revelarnos que, tras su vivencia
personal, existe un misterioso empuje que mueve a escribir, aunque de lo
que se escriba parezca la cosa más trivial y baladí del mundo.
"Saco la cabeza por una ventana del lado este y observo la
vecindad. Debajo de mis ojos hay un jardín de unos cuarenta metros
cuadrados. Por la derecha, por la izquierda y por detrás está cerrado
por un elevado muro de piedra, de modo que su forma es igualmente
cuadrada. Parece haber cuadrados por todas partes en esta casa. El
rostro de Carlyle no tenía, sin embargo, nada de cuadrado". (pág. 152).
(Traducción de Fernando Ortega y Abel Vidal).
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