Los monstruos no están debajo del párpado, ni se parecen a esos ácaros que coleccionas dentro de la caja de metal. Hay mayores angustias que esa, la de comer y no estar saciado, la de prender mis fauces en tu hombro izquierdo, mientras el tercer hombre me golpea con el tiburón disecado. Cuánta cosa tengo que ver.
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