Considero la novela Nueve semanas y media, de Elizabeth McNeill, como un trabajo extraordinario de sobriedad poética por su carácter fragmentario y por esa capacidad de síntesis para describir los estímulos. Me encantó ese telón de fondo de los objetos en las habitaciones para reflejar el aislamiento de unos personajes que buscan su identidad en un mundo confuso.
"Hay un pequeño frasco de cola para maquillaje, con un cepillo sujeto a la parte interior de la tapa. estoy perpleja: no soy capaz de determinar si la cola debe ponerse en el fondo de la barba y el bigote o en la piel.Finalmente, unto una capa fina en el forro, que parece de lona, y me coloco el bigote bajo la nariz. Me hace cosquillas; parece sacado de una representación de teatro preuniversitario y me pongo a reír ruidosamente". (Barcelona, Tusquets, 2012, pág. 96).
"Cuando terminábamos de cenar, se iba a la cocina a lavar los platos y preparar el café -un café abominable, invariablemente-, que llevaba al salón en una bandeja: una cafetera, una taza, un plato, una copa de brandy. (Al mes de conocernos, aunque soy completamente adicta al café, terminé por pasarme al té)". (Íbidem, pág. 71).
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