Tengo miedo a observarte mientras comes. Te hallas en la encrucijada y mis nudillos sangran por aporrear tantas veces la pared del vestíbulo. No hay vecinos, no hay horizonte ditirámbico, ni pálida nube que aloja el verso libre. Me odias y te ensucias. Dame esa lengua que lame todo lo que ansía. Me gusta el ritmo de estas palabras que acabo ya mismo. Tu lengua o tu mano, a merced de mi deseo, de mi cuchilla. Estamos hechos el uno para el otro.
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