Aún no habíamos
interiorizado la verdad de Schiller sobre la esperanza y me pidió
permiso con palabras duras. No pude hacer más que
concederle ese favor. La nieve había cobrado un tono
sanguinolento con la llegada del crepúsculo que inauguraba la
armónica estructura por la que habrían de ascender las
mujeres.
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