jueves, 8 de mayo de 2014

Deseada, de H. Hex: literatura erótica para rebelarse contra el buenismo oficial

 

   No sé cómo empezar a escribir sobre el último trabajo que he leído. Siento que, en el fondo, lo necesitaba. Llevo meses enfrascado en la lectura de novelas que poco aportan a mi vida, algunas hipertrofiadas por una dosis de buenismo absurdo cuando los tiempos que corren se inspiran, sin embargo, en la corrupción y en la frivolización de todo discurso racional. 

   Así que, aconsejado por una amiga, cayó en mis manos “Deseada”, de H. Hex, en Tombooktu, de Ediciones Nowtilus. Sin grandes pretensiones literarias, el discurso erótico de esta autora granadina nos introduce en ese submundo de fantasías sexuales que es evidente en la cultura del porno audiovisual, por cierto, cada vez menos rentable. Una cultura visible del porno, cuya estética burda inunda la esencialidad de otros discursos convencionales como la publicidad o el vídeo-clip.

   Con precisión, rindiendo culto a la corporeidad antes que a la acción, la novela de “Deseada” no pretende una acción narrativa eficaz, con una trama compleja, sino que su prosa opera en la intencionada recreación de unos escenarios afines al lenguaje del vídeo porno. La sintaxis reproduce esa obsesiva descripción del objeto y de la fragmentación del cuerpo: “Y entonces el ama se centró otra vez en su pupila, la chica rebelde que se había jugado bien. Dejó que el látigo cayera de sus manos y alargó ambas a sus senos, acariciándolos, sintiendo la tersura de su piel y bordeando los pezones con los dedos, evitando tocarlos todavía, ni a ellos ni a las pesas” (pág. 172).

   Los perfiles psicológicos de “Deseada” se basan en una desmedida egolatría que conduce a los personajes a una autodestrucción progresiva, donde la exhibición y la teatralización que simulan los cortejos, los tríos, el látex y lo orgiástico no son otra cosa que una frustrada forma de vencer el hastío de esta posmodernidad. Maldito eufemismo de una decadencia que ha corrompido especialmente a las clases medias, muertas de éxito y que solamente en el desenfreno encuentran una forma de sentir: “El puñetero malnacido estaba vestido con unos pantalones de tela negros y una camisa del mismo color que le quedaba demasiado bien. (...) Llegaron más amos. La mayoría vestidos de traje, algunos con cuero, un par con vaqueros” (pág. 141).

   El personaje de Abbie, como una estimulante Catwoman, se ve abocada a que su cuerpo sea agente y objeto de la desidia, de un rito sexual que muestra la necesidad de vigorizar su autoestima mediante la escenificación del placer. Presa de sus propias víctimas, la sumisión y el dominio de su cuerpo comienzan desde la primera página de la novela. En este punto, considero que H. Hex consigue que el lector se involucre en esa pornografía refinada que, ahora más que nunca, se convierte en una forma de evasión ante discursos narrativos, seguramente más complejos técnicamente, pero que no se deshacen de ese estigma de lo políticamente correcto. 

   Por eso, H. Hex es un descubrimiento, con deficiencias técnicas, sin un argumento principal, pero con esa osadía de hacer visible lo que todos ansiamos, imaginamos y consumimos dentro de un espacio privado, con torpeza, ansiosos. Me alegro de que Ediciones Notwilus apueste por estas terapias; auténticos manuales de autoayuda que todos necesitamos en algún momento de nuestra desamparada existencia.

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