No hay noche que no recuerde tu costumbre y la lejana sombra del lobo. Tu costumbre de dar pena improvisando que estabas rendida ante la vida y ante la subida de los productos macrobióticos. Qué insensible eran los mercados contigo. Como no podías escapar ante ese horror, no quisiste otra cosa que alimentarte del krill deshidratado que yo mismo preparaba para ti,extrayéndolo primeramente de los turbios fondos de Park Avenue. Triste mirada la tuya y huesos de acero sobre el mostrador de aquella papelería mientras pensábamos en ese viaje insólito a San Petersburgo.
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