No he admirado la aniquilación propia ni he descendido por el sendero que manchan las heces de los imprudentes. Los caminantes atraen otras enfermedades y los perros deambulan bajo los puentes suicidas. Nadie ha visto mi cadáver flotando sobre las aguas ni la sombra que empuñó el arma elegida. Los guantes de látex aún se fijan en mi piel de camaleón como otra huella dactilar que los anónimos desconocen.
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