domingo, 21 de junio de 2015

Donde nace la noche, de Laura Forchetti

Un tributo a la Noche del cazador.

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  Basta el silencio, sobre todo el silencio, para que un poema adquiera todas las significaciones posibles. El barroquismo de una obra no está en su extensión ni en su artificio, sino en su intensidad. El nuevo Premio de Poesía para Niños, Ciudad de Orihuela, Donde nace la noche, logra que lo sencillo aspire a ser sublime, pues el símbolo de esta obra de Forchetti nace de la sencillez misma de la palabra.

  Su puridad y su exquisita disposición en unos versos breves contienen un mundo personal que se mueve entre lo feroz y la delicadeza de unos paisajes que vibran ante la inocencia de quien lo contempla con el ansia de descubrir: "Vuelo/ de las gaviotas/ que desparraman/ la oscuridad" (pág. 42). Donde nace la noche es un tributo a la soledad de aquellos que no son conscientes todavía de que existe tal sensación de naufragio. Los niños asumen la soledad, respiran la ausencia de los recuerdos y de la vida que aún tienen por delante porque su naturaleza así lo impone y esa realidad es un don.

 Esa ignorancia inexorable invita a Forchetti a construir una atmósfera inquietante, hermosamente recreada en animales y otros elementos de la naturaleza, siempre bajo el auspicio de la noche. La edición de Factoría K, Kalandraka, remite a un lenguaje poético que, sin abandonar el juego de la palabra, expresa un deseo imperturbable de dejarse llevar por los misterios que la misma oscuridad engendra: "Luna/ del agua/ en el cordón/ de la vereda./ Un perro/ se la traga,/ agua/ de seda./ Pasa la bicicleta,/ la desteje/ con la rueda./ Bostezo/ de la luna/ de la madrugada" (pág. 38). Como si tras esas incertidumbres, nuestros personajes tuvieran que acercarse a la noche para reparar la ausencia de un afecto, así que la oscuridad se convierte en la reparación de esa inexistencia.

  Las ilustraciones de María Elina son esbozos de ese desamparo buscado, un dibujo que sencillamente trabaja con el constraste de blanco y negro, con redondeadas formas que exhalan esa serena consitencia de lo que la oscuridad desvela cuando nos sumergimos en ella, sin temor.

  El compromiso de Forchetti con su poesía reside en la sencillez y en un rítmico proceso de asimilación de esa soledad que los niños olvidan, porque apenas la recuerdan y no queda otra cosa que asumir la noche como un vergel, como un paraíso propio e imaginario. No puedo omitir que, en algunos momentos, su lectura me ha recordado al descenso por el río de esos dos hermanos que, en la película de Charles Laughton, La noche del cazador, huyen del terrible sacerdote que los persigue.

  Aunque parezca una paradoja, Donde nace la noche es el descenso a un recóndito espacio de luz que vibra cuando, al observar la oscuridad infinita, uno siente el vértigo de lo desconocido, el sobrecogedor entretenimiento que esconde tanto enigma: "Pasan las constelaciones/ sumergidas/ en el espacio./ Las ato con hilos/ como barriletes/ de bandadas/ de pájaros/. Orión/ El Centauro/ Los Peces/ La Cruz del Sur/ El Lagarto" (pág. 14).

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