Sentí una particular atracción hacia el caso de Diana Quer, por muchas razones, entre ellas, el morbo que despertó en mí, al igual que en muchos de nosotros, aquellas luchas intestinas de la familia tras la desaparición de la joven.
Sabemos que el caso de Diana Quer no es el único y que las investigaciones policiales fracasan.
Que alguien pueda desaparecer de una forma tan inesperada y sin dejar apenas pistas irrita y te hunde al mismo tiempo.
La desaparición de Diana tenía todos los componentes de un melodrama y ese melodrama fue contado por distintos medios a diario, con su montaje de imágenes, con su música new age, con fotos de la joven al lado de sus amigos. Todo eso hizo que Diana Quer se convirtiera en un personaje de ficción en ocasiones, más que en un personaje de carne y hueso.
Las disensiones entre los padres ayudaron a la euforia de ese show que lentamente se fue apagando como lo hacen esas series televisivas americanas tipo Leftlovers o Twin Peaks.
Ahora, después de ocho meses, seguimos sin saber nada de la joven. Hoy esa desaparición ha dejado de tener ese cariz de melodrama y a mí el sobreseimiento de la causa me ha devuelto a la realidad, a esa realidad desgraciada, humilde y doliente de los desaparecidos. Diana Quer es uno más ahora. Volverán los montajes televisivos, las músicas tétricas, las fotos pixeladas, la firma infantil y redondeada de la muchacha.
Por un tiempo.
Será por un tiempo. Luego, desgraciadamente, Diana, será un desaparecido. Y lo que es peor, un olvidado.
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