Aún recuerdo las revistas calificando a PJ Harvey con toda clase de nomenclaturas y subgéneros. Daba miedo y asco al mismo tiempo. Recuerdo que, por finales de los noventa, cualquier disco de Oasis o de Blur inauguraba un nuevo estilo y una nueva categoría. Y eso era insoportable. No hablemos de Radiohead o de Pulp, y de tantos otros.Aquella gente solo hizo lo que tenía que hacer, buena música,muy buena música, dentro de la horma inabarcable del pop.
Anoche volví a Stories from the city, stories from the sea, de la Harvey, y me siguió pareciendo un disco sencillamente genial. Un disco limpio, con los matices suficientes para ubicar a la Harvey en los párametros del rock y, en ese desafío constante contra el machacón y edulcorado pop de los ochenta.
Siempre hay algo nuevo en este disco, aunque resuene en su sustrato algo de Patti Smith o de los Ramones como en el tema "Good Fortune". Ese final con "We float" es colosal, una invitación a desaparecer del mundo y de ti mismo al más puro estilo de Thom Yorke y su banda.
Lo que hace de PJ Harvey un ser tan genuino es que, como en los grandes, la fusión no suena a fusión, sino a lenguaje propio, a marca, a golpe en la mesa. Una fuerte carga emocional y un lirismo simple, pero rabioso, se unen en esta tendencia del disco a la ensoñación, a sumergirnos en desiertos urbanos en plena noche o a mirar al horizonte como si el mar fuese una loma en la que poder perderse para siempre sin nadie, salvo con esa mochila de sentimientos que revive uno cuando escucha, después de los años, cada tema.
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