Publicada por Hiperión, La ciudad fugitiva es la infancia, los momentos severos de la adolescencia y la madurez prematura de quien contempla el espacio y el tiempo de una forma tan melancólica como reivindicativa. La reivindicación de Manuel Rico va más allá de lo social. Es una forma ecléctica de admirar con escepticismo, a veces con pasión, los discursos culturales de un espacio que vive en simbiosis con la biografía del autor. Sus emociones son una reivindicación humanizadora de los que perdieron todo, de anónimas facciones que se disuelven en el embrollo de la muchedumbre, en el silencio de los cuartos: "Hoy me dicen que has muerto. Que en Bangkok/ el viajero que huye fue inquilino/ de todas las huidas y todos los espantos". (pág. 69).
La ciudad es un margen, no es la ciudad hiperbólica de Poeta en Nueva York, sino que es una frontera que separa el presente del autor de un pasado reconocible por todos los lectores, abrumado por el sosiego que genera la impaciencia de presentir que cada objeto, cada palabra, cada rostro, ocultan un indescifrable mensaje: "las pantallas donde habitan historias/ y desdenes, máscaras y verdades/ muy endebles, ilusiones de invierno/ o de verano/ espejos en desorden, cajas/ de alimentos sin lluvia, carpetas y delirios/ de jardines, de tardes apacibles o traiciones,/ de emociones y dudas". (pág. 75).
Esa inquietud produce continuas enumeraciones en sus versos, enumeraciones y encabalgamientos que exponen a la luz el núcleo de esa ciudad imaginada por el autor, de cualquier ciudad. Subyace en este libro esa habilidad para conciliar lo físico con lo aparente, para crear ese contraste entre esa soterrada nostalgia que predice los primeros amores y las injusticias de las relaciones humanas, dentro siempre de un espacio cambiante, donde los estímulos convergen en ese mosaico de mercados, hoteles, tiendas, dormitorios apagados, carreteras por donde todos transitan.
Sin abusar del surrealismo o de un costumbrismo significativo, el libro de Manuel Rico entronca con ese inaudito poemario de La ciudad, de Diego Jesús Jiménez, publicado por Bartleby, sombrías referencias a un espacio discontinuo donde la naturaleza se involucra en la mutación de una extensión inabarcable: "los días de aquel marzo de milnovecientos/ noventa y ocho/ que no llegaron pues la muerte/ fue el anticipo del silencio, el olor de los éteres y de la metadona, / el frío de la calle y de la noche/ desahuciada". (pág. 26).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: