viernes, 6 de marzo de 2015

Visión de un glaciar y un rostro para entrenar los límites de la escritura

Alexis Mire.

   Los sentimientos deben tener límites, si queremos que sea poderosa nuestra escritura. Pero todo permanece ahí, como si nada latiera, como si nada sufriera, a merced de la bruma y la oscura tranquilidad. Los glaciares parecen inmóviles, aunque no es cierto. Tememos que la muerte sea un desenlace único y que la escritura sea también esa desaparición lenta.

   No debe apenarte estar muerto, alguien reza en un mundo de tinieblas cuando la Odisea deja también estas palabras desconsoladoras: "Más quisiera ser un labrador en la tierra de otro, de quien bienes no tiene y apenas procura a su vida, que ser rey y mandar sobre todos los que fenecieron". Mi lenguaje es un lenguaje que no busca la lentitud de la luz, la sólida trampa del reflejo sobre las aguas. Mi lenguaje no busca presas celestes. La naturaleza que resiente mi cuerpo basta para enumerar demasiadas cosas que me sobrevivirán.

   Deja que mi mirada soporte el vendaval. Lejos del sacrificio que me toca cuando lo que escribo no merece la pena, debo aprender aquello que no ha sido referido en los libros. Marchemos junto a ese rostro imborrable por su hermosura, que no cese este exilio por el glaciar que ha congelado las aguas y mi sangre invencible.

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