sábado, 21 de marzo de 2015

Ama aquel que vuela, un verso de Miguel Hernández, otra visión de la sombra

Desire, de Martin Stranka.

   No ama aquel que no vuela, pero no hemos evitado hacernos daño. El percance fue el pretexto para que tu boca no dijera lo que tanto deseaba sobre la sombra, sobre el temblor. Nadie quiso que el fuego dejara de consumir lo que tantas cartas habían destruido. A nuestras espaldas quedaron el clamor de las plazas de la amarilla luz y los paseos por entre las columnas. Giraron las ramas con el éxodo de los mirlos. Pero el miedo estaba ahí, como un animal sereno que aguarda su hora entretenida para morir.

   No hemos luchado lo suficiente para que nos alcanzara el rumor de las hojas, el invisible hielo que detiene el trabajo de quien siembra sobre la tierra. Tus abuelos también amaron inútilmente y nuestros padres alzaron las piedras en la mayor de las alturas. Basta que cada uno de nuestros sentidos temiera lo que deseaba para que el último beso nos condujera a la violencia, porque el mundo era violento y demasiado frágil. Yo no podía seguir escribiendo, aunque con cada palabra intentara olvidarte.

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