miércoles, 25 de marzo de 2015

Discurso de Rorscharch cuando deambula por las calles de las tiendas oscuras

Rorschach, del cómic Watchmen.

   No puedo esperar nada más de los que se arrastran vendiendo baratijas en las puertas de los prostíbulos. Nadie necesita matarlos como nadie necesita salvarlos. La peor lacra de nuestro siglo: la indiferencia. Algunos fueron amigos en Vietnam, otros, a los que las flechas amputaron todos sus apéndices, viven dentro de una urna y esperan ser embalsamados como Lenin.

   La verdadera imagen del gato no es la que guardamos en la memoria, sino la del animal atropellado que es lengua de sangre sobre la autopista. Otros han muerto antes, desgraciado, para conseguir que no tengamos nada. Yo he visto huidizos pájaros carbonizados en el aire y mujeres adictas a la silicona de sus pechos para flotar en la nada de su frívola existencia. No puedo esperar mucho de esas pupilas inyectadas de brea que miran al fondo de los barrancos y comprueban que las ciudades sumergidas no son más que los esqueletos de sus antepasados.

   Las niñas que saltan a la comba cerca de Walley Street serán portada de revistas de deportes. Anoréxicas y con el pelo recogido, se tatuarán el nombre de un animal mitológico y algunas acabarán muriendo de cáncer en un precioso adosado de las afueras. La belleza también es feroz y se consume a sí misma como el Uroboros. Varados en la nada de algún lugar demasiado extenso, demasiado oscuro, los centros comerciales son la nueva Sodoma y el azufre de Dios se sirve en cafés de plástico y donuts glaseados. Morir lentamente, morir rápido. El final es el mismo, una broma burda que nos incluyó en el Big Bang. No puedo esperar nada más de los que se arrastran vendiendo baratijas en los prostíbulos. Lo que consiguió la democracia se resume a eso y a una película porno de Angeline Valentine.

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