viernes, 6 de marzo de 2015

Deja que una actriz como Lisa Ann caiga entre los durmientes brazos del Orfidal

Microrrelato en Mundiario.

Lisa Ann.

   Deja de salpicar y condúceme hasta el venero de luz, mi Lisa, Lisa Ann. Que las estrellas que una vez trazamos en la arena con nuestros pies desnudos adiestren a las recién nacidas comadrejas. Busca bajo la cama los restos de pollo que amorosamente tu padre te traía hasta el psiquiátrico, nuestro refugio favorito, donde tu piel se rozaba con la del gato gris.

   En la tele, después de enumerar los muertos de cada partida de mus, tu rostro aparecía como un retrato virginal y manso con el fin de promocionar aquellos herbicidas que mataban a los infieles programadores de troyanos. Lisa Ann, eres esa chica que escribe en los aseos frases tan obscenas como las escamas de ese político que vende pieles de roedor antes de disparar al público. No echo de menos tu cuerpo, ni tu bikini nuevo de Desigual posándose sobre la piel ebúrnea que un dios totémico te concedió en un quirófano.

   Me echarás de menos cuando haya muerto sobre el vientre de otra mujer que se llama Angeline y no podrás llorar demasiado porque el escenario, como el psiquiátrico, son espacios muy exigentes. Tienes miedo a verme sonreír, pero es mejor así, que la escritura conserve estos momentos en los que el Orfidal nos amilana y nos deja postrados, esperando la letanía del alba.

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