Rompiente y la poesía del universo desde una escritura fractal
Mi reseña en Mundiario sobre la poesía de Jorie Graham.
La múltiple revelación de significados que puede asumir la realidad observable emerge, sin duda, en la poesía de Rompiente, de Jorie Graham (publicado por Bartleby Editores en edición bilingüe). La complejidad de mundos ínfimos que la autora norteamericana recrea a partir de un pensamiento configura un proceso de evocación donde las percepciones sinestésicas elaboran una estructura fractal, de continua ramificación, que prospera desde ese objeto único, de ese referente-origen como motivación de una serie de estructuras de gran diversidad: “(...) millas de alambre de espino, duplicadas, las de debajo (de agua) temblando, las pequeñas pupilas fijas de los postes dirigidas cada cincuenta pies al cielo, destellando, estremecidas réplicas, espinas de hierba roídas por el enfermo ojo humano, (...)” (pág. 37).
Lo Universal es consecuencia de lo nimio, de la esencia, de lo primigenio y al contrario, cada acción corriente influye en la causalidad del cosmos, determina su evolución silenciosa en lo inmediato, y así, en la poesía de Graham, no hay posibilidad de cierre; toda palabra es origen de un fenómeno de mayor trascendencia que emociona y nos sumerge en otra realidad, simbólica, acaso la más verdadera, la que posibilita la supervivencia del lenguaje en cuanto que la cosa es nombrada, la que resiste a los cambios y para la que no somos más que meros contempladores: “(...) reverberación, sílabas intranscriptibles, ad-herencias, y cómo es el asombro lo que mana de nosotros cuando, en el bucle, en lo más bajo de la cadena alimenticia, surgido de corrientes submarinas y 1 grado más calientee, el indispensable plancton es empujado al norte, y más al norte todavía, desovando muy tarde para la eclosión de la larva del bacalao, así que la cría no sobrevivirá, (...)” (pág. 21).
El autor de la traducción y del prólogo de esta edición, Rubén Martín, profundiza en esta tesis: “Asimismo, su visión de la naturaleza, omnipresente en estos textos, evita los lugares comunes, o mejor dicho los erosiona, los fractura. La naturaleza de Graham hereda las concepciones de “lo sublime” romántico pasándolas por los filtros del darwinismo, la teoría del caos o el concepto de rizoma de Deleuze y Guattari. Se trata de dicotómicas del pensamiento; a veces hermosa y multicolor hasta saturar los sentidos, a veces oscura, abigarrada e incontenible: (...)” (pág. 9). No se trata de definir la poesía de Graham desde un culturalismo sólido y explícito. Su poesía no es solamente un síntoma de la modernidad, de su actualidad y afinidad a la proyección de la Ciencia, sino también una forma de indagar en la profunda esencia que se aloja en el objeto, como si la autora fuese ese científico a la búsqueda de otra paradoja sobre la que averiguar, más allá de la cosa, más allá del símbolo, lejos del consenso, inspirándose en la constante destrucción y creación a la que nos somete la naturaleza: “Otoño profundo y se produce el fallo, el ciruelo florece, doce flores en tres ramas distintas, lo que para nosotros, cada uno, implica que no habrá ninguna flor la primavera próxima, o ninguna tal vez en esas mismas ramas, en las que ahora mismo aterriza, de pronto, un ave migratoria gris dorada -¿sigue aquí?-multiplicando, crujiendo el aire erróneo, brincando de rama en rama, luego quieta -detenida- exhalando en este oxígeno que también se apodera de mi ardua mirada, (...)” (pág. 25).
La rima dentro del verso, el significativo uso de la aliteración y la enumeración para dotar al contenido de esa sensación de fractura y elipsis predominan en la escritura de Jorie Graham y que la traducción de Rubén Martín conserva. Porque lo extraordinario en esta poesía es su continua sensación de caos, pero sobre el que se rige un rigor, un orden dentro de esa deriva, y cuyo enmascaramiento es la propia forma de la realidad que prende en las imágenes. La palabra es una forma en sí misma que arraiga en el poema como un fragmento de lo que existe y que, tras su expresión sintáctica, tenderá a expandirse, a proyectarse como un poderoso flujo de imágenes, cuya consistencia depende de su reversibilidad, de su regreso al lugar de origen, a la nimiedad, a la anécdota, al reducto donde la materia que comprende el Universo ha sido agitada, vibrante, para ser luego inabarcable finalmente: “Calor del verano, su primera madrugada. Cómo baja de tono el grito -humano- articulado como dos palabras del obrero a pie de calle que coloca la gran viga en la cadena mientras llama al que maneja la polea en la séptima planta. Una llamada. ¡Se escuchan! A la perfección. Mientras el calor seco, las hojas ya crecidas, adensan lo inmediato, el asfalto caliente, y ocurre la pausa en el crecimiento, (...)” (pág. 49).
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