Te retuerces en el barro. La niebla te ha cegado para siempre y las aves se funden en el hielo que queda en los promontorios. Tu rostro es perturbador, tu rostro es ajeno a tu rostro. Los escarabajos devoran tus manos. Besa la piedra azul que cuelga de tu cuello y sigue retorciéndote, hijo de los perros, ojo de la zarigüeya.
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