Nadie fue capaz de adiestrar al perro de dos cabezas. Tu padre sabía disparar a las rodillas y tu madre prepara bizcochitos con harina de maíz. Me gustaba ese mundo de espantapájaros y devotos. Los excrementos eran necesarios en aquella superficie. En las maletas, guardábamos lo mejor de cada uno. Y, si hacíamos el amor, intentabas que la prótesis no apretara demasiado tu cintura. Joder, me embelesabas.
Trabajo de Danielle Tunstall |
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