Deja que el payaso se pudra, que reviente, y verás que todo tiene su peso atómico, hasta la ingenuidad, el descalabro, la aprensión; los monos carcajean en los alféizares y mi padre y yo escupimos al payaso, al payaso que tiene como amuleto al Dios-pingüino y a la yerba que cuelga de los tendederos. Mi padre y yo escupimos al payaso; que se joda, grita el vecino de arriba. Las ranas que van a caer del cielo serán el final de esta égloga, este paisaje maldito donde los carricoches y las mascotas avanzan hacia el incendio.
Foto de José Gálvez Pujol |
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