sábado, 6 de diciembre de 2014

Has dejado que el bosque nos inunde por esta vez

Amor, deseo.

   No hay heridas en la piel ni señales en los caminos que ascienden. Es cierto que alguna vez hemos muerto al abandonarnos como ese cuerpo que se aleja de la casa para hundirse en el río con los bolsillos llenos de piedras.

   No hemos confesado que la sombra en forma de jaguar que nos sometía se parecía al dios antiguo de los pesebres. Me has besado en la luz y era sucio el poso de tu oscuridad, mínima y húmeda, sobre mis labios.

   Has dejado que el bosque nos inundase como el aura sagrada que entumece al ciervo, pero nada nos va a separar al fin. Ni esa aguas que cubren las camas de los hospitales donde los enfermos, de una vez por todas, duermen aliviados. Descansemos sobre las hojas y su temblor. Que otro sueño nos obligará a cruzar a la otra orilla.

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