Poesía sobre lo fugaz
No soy un experto en la poesía de Manuel Rico, pero hace unos meses llegó a mis manos su nuevo libro, Los días extraños,
publicado en Valparaíso Ediciones, y ha sido reveladora como en textos
anteriores del autor esa intensa nostalgia que genera cada uno de sus
poemas. Nostalgia en griego antiguo significa regreso y
esos días extraños, extranjeros, bárbaros, a los que Rico se refiere en
su título son una meditada introspección sobre el sentido de existir.
El poeta es un contemplador que usurpa sus lugares comunes para
reinterpretarlos, para asumir diferencias sutiles que aboguen por una
nueva existencia más vivificadora, lejos de su mortal huella.
Lo que emociona de estos poemas es la capacidad para evocar desde la
atmósfera envolvente que exuda el terreno agreste, el detalle casual de
los interiores de las casas solariegas o los paseos por la sierra. Todo
resuena como una experiencia vivida también por nosotros, una resonancia
fatal que, de la nostalgia, nos conduce a saber que alguna vez
desapareceremos de esos rincones que, sin embargo, permanecerán. La
autenticidad de su voz no surge solamente de esa madurez técnica, sino
también de una sabiduría recóndita, chamánica, extraña, que relaciona el
paso del tiempo con una clase de severa resignación, de inútil
padecimiento, donde a veces la alegría aparece como una esencia
inconsistente, pero necesaria, para que recordar no sea una experiencia
inasumible, sino una experiencia envidiable y llena de matices
desconocidos.
En Los días extraños se halla la serenidad del tiempo
detenido cuando el recuerdo deja de serlo para tornarse en premonición,
en una clase de vértigo silencioso que genera esa mirada compasiva y no
menos terrible de la presencia de los ausentes, de los recuerdos que no
se volverán a vivir de la misma manera o sencillamente ya no se volverán
a vivir. Los versos de Rico no están exentos de un ritmo prosaico, de
aforismos contundentes, de breves anotaciones que convierten estos días
en un cuaderno de bitácora donde ser feliz es presentir que lo hemos
sido. Por alguna razón, la memoria voluntariamente trata de elaborar ese
crisol de imágenes para que no suframos conscientemente. Para que
merezca la pena sobrevivir pese a los reveses y los años.
"El mundo florecía en la página y en el borde dudoso/ de solapas
reescritas con fines comerciales./ Como un pájaro atrapado en su vuelo,/
como la novedad extraña que nos parece ajena/ mientras nutre/ el tiempo
no poblado, las horas vírgenes,/ con miedos y quimeras, con certezas y
dudas,/ con la chispa del ángel destruido,/ con el vino aviejado de los
bardos nacidos al poema/ y sus trampas/ en un siglo tan duro como el
veinte". (pág. 77).
"Envejecidos, a veces, los encuentro/ en las lecturas: rostros que
fueron luz/ y casi adolescencia, gesto/ de asombro, que ahora lucen/ la
densidad del tiempo y sus excesos,/ sus raíces, sus sombras, su noticia
avergonzada/ de la vejez". (pág. 83).
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