viernes, 20 de noviembre de 2015

Los días extraños, de Manuel Rico

Poesía sobre lo fugaz




   No soy un experto en la poesía de Manuel Rico, pero hace unos meses llegó a mis manos su nuevo libro, Los días extraños, publicado en Valparaíso Ediciones, y ha sido reveladora como en textos anteriores del autor  esa intensa nostalgia que genera cada uno de sus poemas. Nostalgia en griego antiguo significa regreso y esos días extraños, extranjeros, bárbaros, a los que Rico se refiere en su título son una meditada introspección sobre el sentido de existir. El poeta es un contemplador que usurpa sus lugares comunes para reinterpretarlos, para asumir diferencias sutiles que aboguen por una nueva existencia más vivificadora, lejos de su mortal huella.

   Lo que emociona de estos poemas es la capacidad para evocar desde la atmósfera envolvente que exuda el terreno agreste, el detalle casual de los interiores de las casas solariegas o los paseos por la sierra. Todo resuena como una experiencia vivida también por nosotros, una resonancia fatal que, de la nostalgia, nos conduce a saber que alguna vez desapareceremos de esos rincones que, sin embargo, permanecerán. La autenticidad de su voz no surge solamente de esa madurez técnica, sino también de una sabiduría recóndita, chamánica, extraña, que relaciona el paso del tiempo con una clase de severa resignación, de inútil padecimiento, donde a veces la alegría aparece como una esencia inconsistente, pero necesaria, para que recordar no sea una experiencia inasumible, sino una experiencia envidiable y llena de matices desconocidos.

  En Los días extraños se halla la serenidad del tiempo detenido cuando el recuerdo deja de serlo para tornarse en premonición, en una clase de vértigo silencioso que genera esa mirada compasiva y no menos terrible de la presencia de los ausentes, de los recuerdos que no se volverán a vivir de la misma manera o sencillamente ya no se volverán a vivir. Los versos de Rico no están exentos de un ritmo prosaico, de aforismos contundentes, de breves anotaciones que convierten estos días en un cuaderno de bitácora donde ser feliz es presentir que lo hemos sido. Por alguna razón, la memoria voluntariamente trata de elaborar ese crisol de imágenes para que no suframos conscientemente. Para que merezca la pena sobrevivir pese a los reveses y los años.

   "El mundo florecía en la página y en el borde dudoso/ de solapas reescritas con fines comerciales./ Como un pájaro atrapado en su vuelo,/ como la novedad extraña que nos parece ajena/ mientras nutre/ el tiempo no poblado, las horas vírgenes,/ con miedos y quimeras, con certezas y dudas,/ con la chispa del ángel destruido,/ con el vino aviejado de los bardos nacidos al poema/ y sus trampas/ en un siglo tan duro como el veinte". (pág. 77).

   "Envejecidos, a veces, los encuentro/ en las lecturas: rostros que fueron luz/ y casi adolescencia, gesto/ de asombro, que ahora lucen/ la densidad del tiempo y sus excesos,/ sus raíces, sus sombras, su noticia avergonzada/ de la vejez". (pág. 83).

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