Las sábanas reclaman el enunciado asertivo de tu sexo violento. Estás entumecida por la poesía de Rilke y por las armas que aparecen en las novelas de McCarthy. No suspires por la eclosión de los huevos, sino por la aparición de esas vírgenes suicidas que quieren alistarte en su ejército de difuntas vestales que roban niños una vez al mes.
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