Nuestras manos intentan recoger los frutos de aquellos días, pero la
tierra ya es estéril y hemos preferido aguardar en lo alto de la colina.
Aún no ha sido destruida Dresde. Regresarán nuestros ausentes y nos
llamarán por nuestro verdadero nombre. La soga siempre pende del árbol y
la escritura es insuficiente para reclamar la salvación que no
merecemos.
Cuando los muertos regresen al tercer día, los vivos, con el fuego
encendido, creeremos que esas figuras forman parte de una alucinación
tan peligrosa como la propia realidad y de nada nos habrá servido ser
testigos de los hacinamientos.
Los rostros, untados de sangre, mostrarán su incredulidad y el pájaro
no será el ave que se cruza al final de las franjas. Versos de Poe
recuerdan la misma inquietud ante la sima: "Hundí la vista en aquella
oscuridad y estuve un rato allí inquiriendo, temiendo, dudando, soñando
sueños no mortales que antes nunca osé soñar; pero no se rompió el
silencio ni dio señales la quietud, y la única palabra allí dicha fue la
palabra "¿Lenora?" musitada, eso musité, y un eco murmuró en respuesta
la palabra "¡Lenora!, simplemente eso y nada más".
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