Sorbías el café y después seguías hablándome sobre las esporas y las algas marinas. Las gaviotas jamás serían bienvenidas y los borrachos que se hacinaban en la barra soñaban con los leones de Hemingway. Sorbías el café para perder la vocación de amar lo extraño, de olvidar que tu hermana tenía mejores pechos que los tuyos y, sin embargo, las gaviotas jamás serían bienvenidas.
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