Los que me conocieron alguna vez, jamás regresarán a este punto de la
partida, Lisa. Una mujer de rojo se desviste bajo el sonoro cielo de
Atlantic City y no eres tú. Derramamos nuestras intervenciones sobre la
mesa y las fichas caen una tras otra porque, antes de que los hombres
ciervo crucen el umbral, estaremos todos muertos. Comienza a silbar,
Lisa, tras los cristales del taxi y emergerá cada uno de esos
masturbadores que compraba tus cintas a mitad de precio mientras sus
madres se tapaban los ojos.
No has preparado pancakes para nuestra ceremonia, ni has dejado una
patética nota antes de perderte en la nieve de las cloacas. Una vez
compré un cocodrilo para que lo domesticaras y los bolsos de piel
salieron por la puerta del motel junto a los paquetes de Zara.
Derramamos nuestras intervenciones sobre la mesa y las fichas caen una
tras otra, porque he aprendido a morir despacio, admirando el volumen de
tus formas, de tu sombra sobre la mesa de las jeringas y los trapos
ensangrentados. La silicona ha invadido mi frente y mis pensamientos,
gomosos y modernos, agitan esas fantasías donde tú penetras los objetos y
a los minotauros, esperando eternamente a que nieve el polvo rojo.
Lisa Ann |
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