martes, 30 de septiembre de 2014

Regresando al imaginario de Don Delillo

Regresando a la novela Cosmópolis



    Regreso a Cosmópolis. La prosa que se mueve entre la vanguardia de Philip K. Dick y la crítica visionaria de Anthony Burgess. Como lector, experimentas la hipnosis de esos ciudadanos zombificados que obedecen a la dictadura del capital, a una organización sistémica que está por encima del bien y del mal. La lucha de contrarios no existe, ni la posibilidad de enmienda, ni los cambios en la conducta. Solamente el daño y las ratas. Cosmópolis es el mundo que traerá la libertad de las tarjetas de crédito y de los clubes filantrópicos.

  Todo está determinado por una prosa hipnótica, llena de metáforas que llega a convertirse en una aglosia que asume lo irracional como una vertiente más dentro de las existencias espectrales que conviven en la ciudad. Una estrategia improductiva dentro de la comunicación. La comunicación interpersonal responde a un código cifrado, a un sociolecto que calibra entre los sentimientos más desgarradores y un automatismo que no dice nada de los personajes, tan solo llena el hueco de un tiempo sin medida, sin origen, sin conclusión.

  Todo apunta a que los sentimientos han quedado relegados a lo previsible. La espontaneidad está excluida, pues lo asimétrico, la variación, no existe en el mundo de Cosmopólis, salvo en ese momento en el que el protagonista descubre su soledad y su fracaso. Su apatía está determinada por no haber aceptado que no todo en la vida es controlable y ordenado. El caos no tiene vigencia, pero subyace en la evolución de los acontecimientos, en la evasión de la felicidad, en la división de las clases sociales. Las pantallas, las cifras, la promiscuidad, la violencia y los chequeos médicos son factores que también contempla el capitalismo y de los que extrae una interesante rentabilidad. Cosmópolis muere en Cosmópolis, una distopía que es metáfora de los condenados hombres que han seguido la doctrina de las computadoras y los mercados antes que su instinto.

   Todo está enrarecido, todo bulle en una sustancia gris y neblinosa donde los carteles publicitarios flotan en una desesperada inclemencia. Regreso a Cosmópolis y evito, ahora que aún puedo, destripar la técnica de la novela. Don Delillo sabe que solamente es explorable su trabajo desde esa simbiosis que el lector mantiene con ese mundo increíblemente real, tan real que parece quijotizado. Y es mejor no hablar de lo que no se conoce o de aquello que se incuba en nosotros y nos consume lentamente.

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