Hacía mucho tiempo que no leía un poemario de las características de Arcadia desolada. Publicado por La Lucerna, su autor, Pedro Juan Gomila, nos introduce en un mundo personal, eminentemente hermético, cifrado en metáforas e hipérboles desgarradoras que conducen un sentimiento de rabia y desesperación a referentes bíblicos y mitológicos. Podemos declarar que el poeta busca un sentido a esa existencia que se contempla más allá de la exigencia que supone sobrevivir, pues el acto de escribir es un hecho virulento y tortuoso.
Su poesía está compuesta por una salmodia que continuamente increpa a los otros, a los garantes del poder, a la providencia, a su injusta manera de administrar los acontecimientos. Su tono elegíaco no está definido por la sutilidad, sino que el autor usa el hermetismo de las imágenes como una forma inteligente de explorar los propios sentimientos de frustración e impotencia ante los embistes del propio devenir. El logro de su escritura es que Gomila Martorell cultiva una poesía que recuerda a Lautréamont, a un malditismo que prefiere la mordacidad, la exageración y el expresionismo con el fin de llegar a esa inefable realidad que representa el misterio de la existencia, su génesis y su abdicación, a veces no elegida y no merecida.
Un sustrato de referentes clásicos subyace en sus versos, pero sugeridos desde un afán destructivo, como si el dios fuese ese ángel exterminador que predestina al escritor a su propia extinción a través de este lenguaje abigarrado, lleno de contrastes. Solamente lo que se expresa de manera barroquizante parece interesar a Gomila porque la realidad así lo es; la vastedad de lo que se percibe se refleja en la complejidad de unas estructuras lingüísticas y en la severidad del tono que nos recuerdan que el creador es un ser inconformista, que la escritura nace de una insatisfacción y que obras como esta Arcadia se consuman desde un hermoso fracaso: escribir es una violenta forma de ser intransigente ante el destino más previsible.
"Sorbo en la escudilla de la podredumbre/ leche de espermatozoides sin flagelo; no quiero que desaten las enervaciones/ las gastadas cuerdas de mi cuerpo tenso,/ rígido al extremo de la extenuación;/ cargo sobre el dorso lamelancolía,/ como de piano de cola deslustrado,/ y,dándole un beso de culebra de agua,me separo de los huesos de mi madre,/ muñeca de cera que pule su espejo;/ pero cuán amargo es el descubrimiento (...)" (pág. 46).
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