Las hormigas descendían por su pelo y no tardaron en refugiarse en los huecos de la médula. La mirada nos arrastró hasta el silencio herido de los omoplatos. Los pingüinos murieron al atardecer y los ascensores encerraron a los representantes de Lara Croft. Una vez la vi en la tele, sin las hormigas, y todos los muertos dejaron de desayunar a mi alrededor.
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