Untas la mantequilla en tu lengua.
El cuchillo ha estado a punto de
cortarte,
pero nada de eso ha sucedido
porque necesitas tu lengua
para penetrar en la boca que te ha
enseñado
a contener el humo, a beber en un vaso
de tubo, despacio, muy despacio,
con la serenidad de un suicida que no
llega
jamás a sucidarse.
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