Selfie de Mona Lisa |
Amiga, lo que molaba en mis tiempos de instituto era ponerle cuernos al colega de clase cuando posábamos para la foto de final de curso. Pero ahora leo en prensa que uno de cada cuatro jóvenes europeos se ha hecho un selfie, que Wikipedia se niega a borrar el selfie de un mono y que una secretaria del Parlamento suizo tuiteó su selfie completamente desnuda. Esos Nokia de última generación, con váter y GPS incorporados, han conseguido que todo ser humano tenga su momento de gloria en la Internet, que su selfie sea esa marca de protagonismo para lanzar a las redes sociales como hacen Tyra Banks, George Clooney o ese barbilampiño de Abraham Mateo.
Que nadie te regale flores, que nadie te mire con ojos ávidos de placer y que nadie te pregunte por ese libro que estás leyendo mientras tomas un café en La Cúpula de París nos ha hecho vulnerables (aquí, el autor estuvo a punto de escribir “nos ha hecho gilipollas”) porque queremos que nos bailen el agua, que pulsen ese megusta del Facebook y ese favorito de Twitter. Ser la hostia en Instagram. Ya no hace falta superar el casting de Gran Hermano. Con tu móvil, estás condenado a ser popular, aunque sigas envejeciendo y ese autorretrato, almacenado en millones de tarjetas y discos duros, te delate con el paso del tiempo. No has hecho ningún pacto con el diablo, amiga, y verás, por desgracia, que tu selfie perdura, pero que tú no eres Dorian Grey, y te saldrán bolsas en los ojos, lorzas como morlacos donde llevas el piercing y una hipoteca que ahora pagan tus padres por ti. Triste. A ese zombi que tienes como novio, también.
Y te mirarás en el espejo, amiga mía, y querrás hacerte más selfies para creer que tu vida no es tan miserable. Pero no eres Miley Cyrus, ni tienes cinco millones de amigos como Shakira en Facebook. A veces te mira el vecino de enfrente después de bostezar. Tampoco tienes el trasero de Kylie Jenner, la pequeña de las Kardashian, para hacerte un selfit, ni tienes un playa privada como Mariah Carey para hacerte un selfbeach. Eres una consumidora de móviles que Samsumg necesita para que otros disfruten la vida que no tienes.
Pero lo que digo yo, amiga, no importa. Ahora bien, qué rabia dan esos novios que no se miran ni se tocan por debajo de la mesa. Solamente están pendientes de su WhatsApp y de los favoritos de sus selfies. Qué han hecho con nosotros, amiga. Dímelo.
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