No fuiste generoso con aquel perro que te enseñó artes marciales. Tu madre leía a Munro en la cocina mientras ese perro daba vueltas dentro de la lavadora y tú, hipnóticamente sonriendo, caías en la cuenta de que no eras el centro del universo. Tu madre leía a Munro en la cocina y los árboles del jardín avanzaban contra la casa con su mar de lombrices y piernas rotas. El perro de te lo advirtió y por eso te enseñó el arte del ninja, pero tú, maldito, abriste la lavadora para enseñarle dónde se encontraba la marmita de los huesos.
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