No es el cuerpo, ni la memoria, ni esa hierba que pisas, ni el barro que modelas bajo la pérgola. Hemos visto caer a nuestros padres y esa contundencia del dolor no es comparable a nada, ni a la nieve, ni al cuerpo, ni a la memoria del cuerpo amado, ni a a la hierba que pisas y donde se juega.
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