Mi reseña en Mundiario sobre dos relatos sobre los invisibles.
Fotografía de José Gálvez Pujol |
Saviano no es un escritor de ficción literaria, sino que la calidad de su estilo se comprueba en esa fusión de documentación histórica y pericia narrativa a la que nos tiene acostumbrados en CeroCeroCero o Gomorra. Sin embargo, estos ejercicios literarios que presenta la editorial Debate en Lo contrario de la muerte demuestran que la eficacia literaria destaca por encima de esa realidad social que Saviano pone continuamente en crisis.
Gomorra sobrecogió por aquella estructura caótica y por aquella brillante mezcla de periodismo y novela negra que nos recordaba al mejor Mailer. En CeroCeroCero también lo consigue, si bien predomina nuevamente lo ensayístico sobre el artificio. Así es la escritura de Saviano: una estrategia para investigar escenarios culturales que consiguen transformar la personalidad. En el caso de los dos relatos de Lo contrario de la muerte, Saviano insiste en el problema anómico de las guerras y en el debate filosófico de su legitimidad. Pero lo literario está más marcado que en sus obras más conocidas. En Regreso de Kabul, por ejemplo, los pensamientos de Maria reflejan la inutilidad de la guerra cuando la muerte de su prometido trunca todo proyecto de futuro. Los sentimientos contradictorios entre la responsabilidad moral y los intereses privados del individuo se convierten en el trasunto liteario de una expresividad concisa, regida por mínimos detalles descriptivos. Sin duda, una letanía que nos conmueve por su pulcra elegancia y su traumático mensaje para crear ese espacio de debate en un lector que se aproxima a este autor con el interés de descubrir la antimateria de una realidad mediática que parece olvidarse del origen de muchos conflictos internacionales estancados: “Los periódicos no quieren fotografías de las jornadas cotidianas transcurridas en el frente. Patrullas, niños en brazos, piernas colgando sobre los blindados, gafas de sol y metralletas. Todo demasiado visto o simplemente la cotidianeidad de unas guerras que no deberían resultar cotidianas a nadie.” (pág. 22).
Saviano se consolida como un discípulo de Ryszard Kapuscinski, pues su estilo presenta demasiadas analogías con la crónica literaria de Un día más con vida que versa sobre el fin del colonialismo portugués en Angola tras la revolución de los claveles. El segundo relato de Saviano, El anillo, se detiene en otro escenario cultural que el autor ha investigado meticulosamente, la mafia. Concretamente, ficciona sobre la habilidad de las mafias para deshacerse de sus cachorros una vez que ya no son útiles. Con el pretexto de una boda, el narrador se adentra en la perdición de jóvenes traficantes que buscan dinero fácil, condenados a morir si las cosas se tuercen lo más mínimo, cabezas de turco entre los clanes mafiosos cuando su rol de traficantes y matones caduca por algún error o chivatazo antes de tiempo.
Funestos escenarios en los dos relatos que nos conducen a esa recurrente moraleja de que el mal es congénito e incorregible, aunque la gran mayoría de los ciudadanos, invisibles en los medios, ausentes y olvidados tras las tragedias, deseen vivir dignamente: “Asesinados. Inocentes. Muertos que al día siguiente no ha recordado ningún periódico nacional. Ningún telediario, ninguna emisora de radio. Mudos en la izquierda, en la derecha, en el centro. Todos mudos. Habían nacido en la tierra de la culpa. No podían llamarse inocentes.” (pág. 93).
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