Mi reseña en Mundiario sobre El universo para Ulises, de Juan Carlos Ortega.
Portada de El universo para Ulises, de Juan Carlos Ortega. |
Lo más díficil en divulgación es conseguir que un modelo explicativo
con pocos conceptos y relaciones sea capaz de descifrar toda una serie
de complejos fenómenos que aparentemente parecen inescrutables. El
ensayo El universo para Ulises, de Juan Carlos Ortega,
publicado por Planeta, explica la evolución de la Ciencia desde la
Antigüedad hasta nuestros días, revisando aquellos aspectos históricos y
culturales más relevantes dentro de esa épica de descubrimientos y
avances.
Lo que conmueve de este trabajo es el estilo sencillo y afectuoso que
convierte al divulgador en un cuentacuentos hábil que, busca en la
complicidad de su hijo Ulises, un motivo para desentrañar los
apasionantes misterios que rodean el origen del universo. Las propuestas
científicas que se explican no esconden el particular tributo que Juan
Carlos Ortega rinde a su hijo como reflejo de ese don genesiaco que nos
asiste tras la combustión de las estrellas. El preciosismo de su prosa
en algunos momentos, junto a un uso aparentemente cómodo de la ironía,
nos permiten descubrir los entresijos y vislumbrar entre bambalinas
algunas anécdotas que condicionaron la mayor parte de los
descubrimientos, pues el azar y una pasión caótica inexorables persisten
en la expansión de las galaxias, en el enfriamiento de las estrellas y,
por analogía, en las averiguaciones de los científicos a lo largo de
nuestra historia.
El modelo explicativo de Juan Carlos Ortega se focaliza
principalmente en las leyes de Newton, en la velocidad de la luz y en el
origen de el Sol. Son estos tres elementos la argamasa que necesita su
ensayo para intervenir con emocionantes confesiones en su ambiciosa
perspectiva de estudio. El milagro de su ejercicio es su habilidad para
fundir cuantiosas ecuaciones e ingentes cantidades de experimentos en
ejemplos caseros y en imágenes costumbristas que trasladan esas arduas
investigaciones a juegos y figuras que apenas se alejan del imaginario
que caracteriza al humor de Juan Carlos Ortega.
Lo asiste siempre una prosa sencilla, llena de matices para no perder
el hilo entre la teoría y su aplicación didáctica, pendiente siempre de
Ulises y del lector, pues su discurso no deja de ser nunca
aleccionador, hermosamente aleccionador, y cada apartado se convierte en
una epístola para su hijo. Porque la mejor herencia es precisamente el
universo que se contempla bajo la senectud de la paternidad o bajo la
ingenuidad de un principito, cuyos ojos hambrientos se asoman al mundo
con ganas de saber. Hay un tono nostálgico en sus reflexiones,
reminiscencias a Saint-Exupéry que enfatizan esa intención divulgativa
del texto, pero inspirándose en el asombro, que tanto preservaron los
antiguos griegos, moviéndose Ortega en un planteamiento deductivo que
traduce los inextricables enigmas en metáforas de una realidad
insondable.
Tan solo la poesía y la ciencia como poesía razonada permiten que
algunos, de la mano de Ulises, digamos que merece la pena seguir
viviendo para reconocer que los átomos de nuestro cuerpo alguna vez
formaron parte de una estrella. Enhorabuena, Juan Carlos, y gracias.
"Querido Ulises:
El universo es un lugar rematadamente extraño. El problema es que
no hay nada con lo que podamos compararlo. Solemos juzgar la rareza de
las cosas en función de otras que nos parecen normales. Una bicicleta,
un poema o una catedral gótica pueden resultarnos chocantes, pero sólo
si hemos conocido bicicletas, poemas o catedrales góticas que no nos han
llamado especialmente la atención" (pág. 13).
"Nos movemos entre la defensa de la sociabilidad total o la del autismo perfecto, pero existen caminos intermedios, posiciones mezcladas que pueden regalarnos auténticos momentos de alegría. Lo ideal es estar con la gente, dejarse contagiar por su alegría y procurársela también nosotros, pero sin tener miedo a no ser como ellos. Estar con los demás sabiendo retirarse a tiempo. Imagino a Aristarco y también a la mayoría de los sabios como magníficos seguidores de esta actitud: encantados con la gente sin dejar de ser lo que eran, un modo de estar en el mundo que podríamos llamar sociabilidad individualista y que consigue que seamos capaces de atrevernos con todo" (pág. 54).
"Nos movemos entre la defensa de la sociabilidad total o la del autismo perfecto, pero existen caminos intermedios, posiciones mezcladas que pueden regalarnos auténticos momentos de alegría. Lo ideal es estar con la gente, dejarse contagiar por su alegría y procurársela también nosotros, pero sin tener miedo a no ser como ellos. Estar con los demás sabiendo retirarse a tiempo. Imagino a Aristarco y también a la mayoría de los sabios como magníficos seguidores de esta actitud: encantados con la gente sin dejar de ser lo que eran, un modo de estar en el mundo que podríamos llamar sociabilidad individualista y que consigue que seamos capaces de atrevernos con todo" (pág. 54).
"Los átomos de hidrógeno de las estrellas se transforman, como
acabadas de ver, en átomos de helio. Éstos, a su vez, van
convirtiéndose, gracias a la fusión nuclear, en elementos más pesados,
como el hierro y el carbono, sustancias de las que tú estás hecho. Cada
átomo de tu cuerpo y del mío, y también del de todos tus amigos, fue
creado dentro de un sol lejano" (pág. 247).
"Considero que nadie en su sano juicio puede tener la certeza de
haber dado con una explicación acerca del enigma de la libertad. Nadie
sabe por qué podemos tomar decisiones, por qué una parte de esta ciega
maquinaria cósmica puede actuar al margen de ella, poniéndose un poco
por encima y alterando la realidad a su antojo" (pág. 342).
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