jueves, 27 de noviembre de 2014

Poesía, piscodelia y murmullos monocromáticos

Mi reseña en Mundiario sobre el disco Sea Change, de Beck.


   Psicodelia es traducir bajo el delirio y los antojos de la ensoñación ese mundo cambiante en el que estamos inmersos. Una característica común en esa música de Beck que apura al máximo los límites y estructuras del folk y del rock con el fin de desarrollar un mundo personal que lo distancia del común de los mortales.

  Sus elaboraciones son siempre paradójicas, pues su hipnótica voz, ligada al country, apenas se esconde de ese fondo de cellos y violines que nos induce a un narcotizante letargo según avanzan los temas, algunos con una intencionada estructura minimalista para crear ese efecto. Su últimod disco, Morning Phase, recupera reminiscencias de este Sea Change, un punto de inflexión en su crecimiento que Beck necesitaba para demostrarse a sí mismo que no es un producto de imitación, canjeable por otros músicos de su tiempo, sino que, detrás de ese talento, hay una voluntad consciente de mutar para competir consigo mismo. Sobrevivir solamente para buscar la belleza de las cosas lejos de las influencias de moda y de las presiones del mercado. Los temas de Beck concentran toda su energía en describir aquellos espacios de soledad donde seamos capaces de visualizar recuerdos que siempre nos emocionan.

  La herencia del country, de un grunge almibarado (no me gusta esta antítesis) y ese genuino folk que se desprende del virtuosismo de las cuerdas construyen esos momentos de calma tensa desde el principio del álbum, como si, en esa envoltura formal de temas como Guess I´m Doing Fine o Little One, las letras de Beck hirieran en lo más profundo de nosotros antes de devolvernos a la superficie donde todo sigue igual.

  Pero todo ha cambiado y, cada vez que escuchamos canciones como Round the Bend o Already Dead, parece que aquello que tanto deseamos deja de tener importancia. La vida transcurre, dentro de esas lindezas sinfónicas, como el sueño de ese hombre que crea su propio mundo, sus propias gentes, sus propias ruinas para habitar eternamente. En efecto, como en tantos relatos de Jorge Luis Borges.

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