Locos que bajan del vecindario incendiado
He visto cómo endurecían sus nudillos
contra la pared gris. La sal blanca recorre las líneas que tanto os
estremecen. Aún existe el lugar que tanto daño nos hizo. He visto cómo
cocinaban órganos y otros utensilios que no les pertenecían. Eran las
mismas mujeres con máscaras de gas y uniforme de enfermera que convivían
en el quinto piso y disfrutaban con el odio y sus propias operaciones
quirúrgicas. Las maderas que flotan en las aguas cerca del arroyo han
sido incendiadas. Mi mundo, como el tuyo, pertenece a las visiones.
Tengo miedo de volver a visitar a esas señoritas de albura. Han colocado
un cartel en la puerta de su casa. Reza Nifomaniacs. Los
leopardos aguardan en el rellano y unos hombres que fuman mientras se
embozan en su humo denso y calorífico. He visto cómo aplacaban su sed de
sangre bebiendo el suero que mana de las paredes. No hay más poesía que
esos cuerpos latiendo año tras año para esperar a los suicidas y a los
felinos de la ciudad virginal. Deja que me consuman y me absorban. Que
su acción directa con bisturí y espátula me lleve hasta la ínsula de los
locos. Hoy, por fin, ya no me reflejo en los espejos.
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