Dragon Ball, de Akira Toriyama. |
Dragon Ball ha alimentado la imaginación de muchas generaciones de los ochenta y los noventa. Los que leíamos el Manga y, además, no faltábamos a la hora de emisión de los capítulos de dibujos animados comprobábamos que la fascinación que sentíamos por aquellos personajes estaba en su personalidad intratable, en su vulnerabilidad y en unos diálogos que se movían entre la ironía y sentencias apocalípticas.
Hace poco volví a revisar algunos capítulos del Manga y constaté la inteligente forma de narrar de Akira Toriyama, especialmente en la planificación del relato. Las claves del éxito de estas sagas de Dragon Ball residen principalmente, al igual que tramara Georg Luckás en el caso de La Guerra de las Galaxias, en tomar como estructura de la historia la riqueza expresiva de las grandes epopeyas orientales y occidentales.
Las constantes temáticas y expresivas que han hecho posible la perdurabilidad de los relatos míticos son las que se concentran en estos capítulos de Dragon Ball. Por ejemplo. 1) Existe un héroe de origen desconocido, cuya misión principal, a lo largo del relato será indagar sobre el origen de su estirpe; 2) El héroe existe porque existe una serie de antihéroes o enemigos a los que se tiene que enfrentar a lo largo de los episodios, una prueba más de ese rito iniciático que ha de superar para autentificar su valor y su fama; 3) El héroe tiene diversos maestros que le van enseñando técnicas y estrategias para el combate, así como consejos de naturaleza espiritual que le ayudarán a soportar los reveses de la adversidad; 4) Se persigue un Santo Grial que otorga la inmortalidad al héroe y ese objeto sagrado es el motivo de enfrentamiento entre ejércitos y comunidades.
Estas características formales se encuentran en cualquiera de los relatos míticos de la Antigüedad, desde la saga homérica hasta las teogonías babilónicas. Por esta razón, Akira Toriyama nos presenta a Son Goku como un niño salvaje que, progresivamente, sufrirá una serie de transformaciones hasta convertirse en un superguerrero. Para lograr esa transformación, el héroe debe superar multitud de pruebas que conducen a la recuperación de doce bolas que otorgan la realización de cualquier deseo. Toriyama recrea así un relato fundacional del mundo y del universo donde el Cielo, el Infierno, lo límbico y otras constelaciones adquieren un valor simbólico de vida y muerte porque son los lugares emblemáticos donde héroes y antihéroes se realizan. La recreación detallada de los combates dota de un perfil de virilidad a los personajes que se convierte en un estímulo para la atención de muchos adolescentes. La comicidad en los diálogos y breves anécdotas en el transcurso de las historias relajan la tensión, aunque, según avanzan los capítulos, los combates se endurecen y la hostilidad aumenta porque los personajes del Manga van creciendo con sus lectores.
Finalmente, se consigue una completa mitología de dioses y semidioses, encarnados en estos luchadores de artes marciales, que no distan de esas jerarquías teofánicas que cualquier religión presenta a lo largo de su historia. Lo asombroso es que Toriyama ha sido capaz de infantilizar y crear un mundo autónomo a partir de esa revisión de lo clásico, haciendo que las aventuras de Son Goku sean una paráfrasis irónica del Antiguo Testamento o del Gilgamesh. No hay nada nuevo bajo el sol, pero la serie es formidable.
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