Dame la mano y las alondras regresarán a este espacio curvo. Nada nos
ha derrotado tanto como el hielo que se consume en el otro extremo de
la mesa. Las palabras, que a lo largo de este tiempo nos han recordado
qué fuimos poco en la infancia, ahora ni siquiera aparecen cuando deseo
tanto escribir sobre tu cuerpo, mínimo, exacto y húmedo.
¿Qué queda después de esa huella? La voluntad de haber vivido en esa
tensión donde el lenguaje apenas distingue la inmensidad del glaciar, su
incontenible bruma a través de la superficie. Ahora que la claridad
rebasa nuestros contornos y, de nuestros labios, solamente queda un
invisible eco en tanta luz, escribo con más temor, esperando a que tu
cuerpo en verdad no desaparezca.
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