lunes, 15 de febrero de 2016

Los pies en el cielo, de Fernando Garcín. Poemas en prosa y cine

Los pies en el cielo, de Fernando Garcín/www.balduque.es

  Me ha gustado mucho este libro, Los pies en el cielo, de Fernando Garcín, porque tiene esos rastros de memoria visionaria que tanto me sedujo de pelis como Bladerunner y sus analogías literarias.

 Balduque publica un testamento ficticio de un autor que se confunde intencionadamente con un personaje cinematográfico, Masha Mendes, para exorcizar todos sus demonios, para apurar el lenguaje y los géneros hasta una bellísima irracionalidad donde la vanguardia, la premonición y la poesía se fusionan estratégicamente logrando un manual de supervivencia inusual; el eco sensible de una visión del mundo inspirada en la ilusión de los símbolos.

 Porque, detrás de cada figura, detrás de cada experiencia, surge ese otro lenguaje, a veces indescifrable, de los segundos sentidos, una clase de filosofía práctica que no renuncia a la belleza de la forma, a la música del aforismo, a un escepticismo necesario para arrostrar los cambios de este mundo, su intransigencia, su voluble manera de suceder todo.

  Los personajes que aquí se invocan son eso, invocaciones del propio autor, fragmentaciones de biografías perdidas en salas de cine y cintas de vídeo, pero que reflexionan sobre la enfermedad, sobre la utilidad de la memoria, sobre la inutilidad del arte. Garcín ha creado un breve texto poético que es el pre-texto de su vida, de su particular mirada hacia una modernidad tan cambiante como efímera. 

  Sus personajes se resienten de esa frívola inconsistencia en la que se sumerge la realidad, pero es mejor así,sucumbir, dejarse llevar por el lenguaje, una complaciente desaparición donde poema y diario son la misma cosa, el mismo cielo: absolutamente todo lo que perdimos o perderemos.

"Masha Mendes se corta las uñas de las manos. Luego estira la espalda y los brazos hasta alcanzar sus pies. 

Esta cicatriz, recuerdas cómo te la hiciste.

Ya no querías que hablaran. Que dijeran lo que tenías que hacer. Te subiste a la baranda y caminaste por el borde, desafiante, asustada,él era más fuerte que tú, pero no pudo sujetarte. Caíste unos metros y te engachaste con una rejilla de ventilación.

Podría decirse que no ha mirado atrás desde entonces, y no sería verdad.

Cuando alguien grita con enfado, ella se gira. Lo que sí es cierto es que ha aprendido a girarse sin que los pies dejen de enfocar al frente.

Con tus piernas largas, me bajas de la nube más tóxica" (pág. 21).

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