miércoles, 30 de septiembre de 2015

Tristes hombres que consumen porno



  Algunos coleccionan directorios completísimos, otros se hacen socios de Brazzers, porque la vida les ha mentido y no hay nada maravilloso en un  single lifestyle ni en la tradición del matrimonio. Me comenta mi psiquiatra que las parejas se rompen porque una mujer y un hombre ya son obsolescentes como los electrodomésicos, esto es,  tienen fecha de caducidad como los yogures ecológicos. En definitiva, todo es contemplado ya como un objeto y ahora, cuando los varones se quedan solos, apoltronados, cualquier tarde de invierno, no les queda otra que mirar la pantalla del ordenador y buscar ese estímulo ficticio del porno, de la veinteañera o la MILF que pone en práctica un curso acelerado de yoga y Pilates delante de un manubrio que recuerda a los picaportes de antiguos corrales manchegos.

  No le queda otra al marido desesperado que ve cómo su mujer no es la Sofia Vergara que esperaba, ni esa madurita que decide, después del parto, someterse a la doctrina de Jane Fonda o al corta y pega de quirófanos donde algunas MILFs como las Kardashians han siliconado hasta su perro. La decadencia comienza cuando la vida golpea al varón común, no a Julio Iglesias, con su realidad consumada, con su evidente ironía en la que no cabe ni Pretty Woman ni esa vecina rubia, de singular elegancia y libido altiva, de Mujeres desesperadas. El desesperado es él, divorciado, arrumbado en la quietud de la casa materna a la que ha vuelto con el rabo entre las piernas, nunca mejor dicho.

  Solamente lo puede salvar la magia del porno, sus fatales interpretaciones, sus siliconadas divas que se lanzan a la intemperie de una violencia sumisa en la que el macho debe ganar por encima de todo. No queda otra que ese porno que actúa como mamporrero para que el hombre no pase de la desesperación al suicidio, para que aún pueda sobrevivir como ese adolescente que alguna vez fue y que dormía plácidamente después de observar minuciosamente los pechos incansables de Samantha Fox en alguna revista que escondía bajo el colchón.

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