Los pájaros se funden con la niebla que improviso al escribir. Nacemos de la turba. Nuestros padres se bañaron en las limosas aguas de los arroyos. Ahora que descansan bajo la piedra solar, tengo miedo a que en mí se repita el mismo tránsito. Los bosques quiebran sus ramas cuando abandono el camino. Nacemos de la turba, pero no tenemos origen. Somos la resonancia de un fragor incalculable. Los nómadas ya no me reconocen y las fangosas raíces se ahogan en aguas desafortunadas.
Mis huellas sucedieron antes de que yo caminara de la mano de mi padre. No hay origen, sino el transcurso de un reflejo momentáneo. Desaparecemos con el mismo afán con el que alguien emergió para darnos la vida. No quiero la compasión, sino que regreses junto a mí para acabar esa conversación sobre la pesca de las lubinas. Las ramas son extraídas de la luz y lo que se agota en lo oscuro no es otra cosa que la sombra que ahora ocupa estas líneas. Me vencerá y el cansancio, sin embargo, habrá merecido la pena.
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