La actriz y modelo Sasha Grey. |
No he querido incomodarte, Sasha. Big Fun
es un disco sublime y los sonámbulos que acompañan a sus lagartos
domesticados hasta el parque no son bienvenidos a nuestra casa. Pero tú,
como diosa indispensable para tantos poetas, quieres conocer a los
extraños, a los que roban sonajeros y ropa para bebé en los
hipermercados.
Miles Davis camina sobre el alambre en
sus primeros discos y, aunque nos emocione escucharlo, no es motivo para
que el fin de semana lo perdamos entre esos efluvios hipnóticos donde
el maestro da todo lo que puede. Porque sucede así. Llega el viernes por
la tarde, te colocas tu camisa, Sasha, y el mundo de los mortales deja
de interesarte, salvo esos extraños que pasean con sus varanos y
cocodrilos por todo Baltimore. Cedes todo tu talento a Miles, tus
umbrales de percepción quedan anulados por esa hiperexcitación y estás
lejos de mí, ausente del verbo y de la carne.
Me cuenta Marcel, el joven que vende
soma en el aparcamiento, que un perro devoró a tu madre ante tus ojos.
Pero no te alteraste, te limitaste a presenciar la escena, a sacar el
revolver de culata pulida y a disparar sin tino porque aún estabas bajo
los efectos sedantes de Big Fun. Un drama. Pero qué se le va a
hacer. Busca en tu interior como hacen los cirujanos con los lisiados y
los heridos. A lo mejor te sorprende lo que encuentras. No espero mucho
de ti. Que me des placer, que no veas más cine francés y que apuestes
por Brown Dawn en la próxima carrera. Deja que la prosa fluya, que mi
escritura te destruya y que el perro devorador de madres duerma el sueño
de los justos. Mil abrazos, Sasha.
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